lunes, 14 de enero de 2008

muzak para eunucos

Hoy vengo a contarles otro caso de traumatologia laboral, pero de distinta índole que las de la semana pasada (aunque no por ello menos doloroso). El menda se las prometía muy felices al ver como, una vez pasadas las fiestas, el hilo musical de mi trabajo mejoraba sensiblemente y, en lugar del espantoso directo que han sacado los Héroes del Silencio para colocar bajo el árbol navideño de sus incautos seguidores, sonaban cosas de Wilco, Elvis Costello o Jayhawks. O sea, rock de ley. Pero la alegría no ha durado demasiado. Sabía que el hecho de que el sábado viniese una elfa (o sea, literalmente, una elfa) a pasearse por allí no podía significar nada bueno (se compró El Señor de los Anillos, por si alguien tenía alguna duda al respecto).

Efectivamente, hoy por poco se me corta el café al comprobar como mis compañeros de la sección de música han tenido la ocurrencia de poner un disco de Sigur Rós, que para quien no los conozca son unos islandeses muy finos y muy sensibles que hacen una música supuestamente "bonita" que a mí, sin embargo, me provoca una notable irritación cutánea y auditiva. De entre sus discos, a cual peor, han escogido el último Hvarf-Heim, algo así como una colección de tomas acústicas o en directo de temas previamente publicados. Y ahí se ha producido la revelación: Despojada de esos puntuales arrebatos eléctricos que hacen mear de risa a los miembros de Mogwai, su música se revela como el perfecto muzak del siglo XXI, el hilo musical de una consulta dental para replicantes. Ya lo anunció Jordi Costa hace unos cuantos años, cuando el virus no se había extendido tanto: Sigur Rós son "el fondo sonoro ideal para una incubadora de pollos en Islandia".

Todo ello no tendría ninguna importancia (hay muchos grupos a los que odio cordialmente) si no fuera por las exaltadas reacciones que provocan en el entorno en que, por suerte o por desgracia, me muevo. Si en una conversación cualquiera comento educadamente que a mí estos chavales me parecen una basura élfica de inmediato se produce un silencio a mi alrededor y los presentes ponen la misma cara que los pellejudos cuando se les hacía alguna pregunta que no podían asimilar. A mí, sinceramente, lo que les guste a los demás me importa medio huevo, porque ya tengo
bastantes cosas de las que preocuparme, pero sí me sorprende esta actitud condenatoria ante una disidencia tan inofensiva y, de hecho, intrascendente. Por lo que he ido observando, cuestionar a Sigur Rós supone, también, poner en
entredicho la misma concepción que tiene uno de la belleza, y eso puede llegar a doler. Por eso da igual lo que diga de ellos, la batalla ya la han ganado ellos. Por mucho veneno que meta, jamás podré batir las emociones que producen en otros. Esto es, como todo en mi vida, la crónica de un fracaso. Y quizás sea precisamente eso lo que me jode tanto. O quizás es que soy un rancio y no me entero de la película.

En cualquier caso, tras la maratoniana sesión de petimetres sinfónicos a la que he sido sometido tenía la sensación de haber sido embadurnado con tal cantidad de falsa pureza que nada más llegar a casa me he precipitado sobre mi colección de discos y he puesto el Occupational Hazard de Unsane, porque necesitaba una buena hostia, un golpe de música real y doliente. Y no, no es que tenga ningún problema con lo etéreo, pero es que para eso creo que más vale recurrir a This Mortal Coil, a los Cocteau Twins o, para no caer en ejemplos tan obvios, en la ensoñación electrónica de Lawrence.

En fin, que ustedes los disfruten si pueden, yo la verdad es que preferiría que me arrancasen las uñas y luego me echasen ácido sobre la carne viva. Eso al menos me provocaría alguna emoción.

2 comentarios:

Lady Speiner dijo...

A Israel le encanta Sigur Ros. No me lo llames eunuco hombre. Al final que os gusten los pirujos va a ser lo único que os una.

la petite penny dijo...

yo soy hippermega fan de sigur ros!!! es mi grupo prefe!!!ay gerard!!!!