viernes, 21 de diciembre de 2007

we are the pigs


Suede - The Wild Ones

Cuando durante el reciente concierto de Brett Anderson sonó esta canción me acordé de unas cuantas cosas. De un tiempo, no muy lejano, en que más allá de rastrear en la arqueología auditiva, me acercaba a la música con la esperanza de encontrar comprensión, un fuego amigo. Y durante esa época la voz de Anderson fue de las que me dio más cobijo. Vayamos al turrón: Aunque haya visto mejores conciertos que el que Suede dio en Razzmatazz en el 2003, aquél sigue siendo el único que me ha hecho llorar. Han pasado cuatro años, y aunque en el 2007 haya visto mejores conciertos, el de Brett Anderson ha sido el que me ha hecho más feliz.

Es fácil chotearse hoy en día de la figura de Anderson, teniendo en cuenta los escasos méritos de sus dos últimos discos con Suede y de la fría (y, en mi opinión, injusta) acogida de sus últimos proyectos. Por eso me reconfortó ver que el Casino de l'Aliança estuviera casi lleno (al menos, en platea), porque puede que ya no tenga la capacidad de convocar 3000 personas con un chasquido de dedos pero, como en el caso de los Manic Street Preachers, una vez pasada la moda, lo que queda es lo verdadero, y por muchas risas que haya, recuerdo pocas actuaciones con un público tan honestamente entregado. De acuerdo, quien me conozca sabrá que me es difícil ser objetivo con Suede y todo lo que le rodea pero creo que en este caso había motivos para la alegría, empezando por el buen ojo que tuvo el artista para escoger el repertorio. Sacó a relucir lo más destacable de su disco en solitario (Love Is Dead, Song for my Father, Scorpio Rising, To the Winter), recuperó el reciente single compartido con Pleasure (Back to Me) y evitó caer en lo obvio estrenando un tema nuevo y echando mano de una nada desdeñable cara-b (Clowns). El resto del setlist estuvo dedicado, sí, a la banda madre, comenzando con un Everything Will Flow que, despojado de su descacharrada producción, se reveló como un bonito tema menor y siguiendo con rescates infalibles (Saturday Night) y joyas para connoisseurs (The Power, By the Sea, Europe Is Our Playground...). Encadenó letalmente The 2 of Us, The Asphalt World, Still Life y Pantomime Horse y acabó con un bis a mayor gloria de So Young, Beautiful Ones y Trash. En ocasiones pudimos echar en falta la electricidad pero no es menos cierto que al repertorio reciente le sienta de maravilla el formato acústico, que hace obvia la deuda de Anderson para con Marc Almond, Scott Walker o, en general, la herencia de la canción europea (salvando todas las distancias, que las hay).

Aunque, siendo quisquillosos, podríamos echarle en cara que no se atreviera a hacer justicia a algunas canciones de The Tears y el hecho de que los arreglos escogidos para trasladar los temas a su versión desnuda fueran muy similares entre ellos (porque la actitud de divo cercano que se gasta el amigo ya la tenemos todos más que asumida) , qué importa todo eso cuando te atraviesan el alma canciones como las citadas arriba. De acuerdo, las letras ahora prefieren el mensaje obvio a la críptica post-adolescente pero, desengañémonos, eso ya se terminó con el Coming Up. Lo que quedó claro es que Brett Anderson sigue siendo un espléndido interprete, que sabe dar a la audiencia lo que quiere y que se encuentra muy cómodo en su faceta actual. Habrá quienes se rían de él, pero en el panorama actual sigue teniendo sentido escuchar lo que nos ofrece quien fuera el frontman del mejor joven grupo inglés de la primera mitad de los noventa.


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